SON las diez
y media de la mañana y hace más
de una hora que las clases comenzaron en el Hospital
San Borja-Arriarán. Aquí no suena
la campana, no hay uniformes ni nadie lleva una
manzana al maestro. Pero como en el resto de los
colegios, sí hay profesores, ramos, alumnos
estudiosos... y otros no tanto. A esa hora del
día, Héctor (9) y Patricio (8),
mientras hacen sus tareas, tienen como únicas
compañeras a las muletas que les ayudan
a caminar debido a las operaciones que intentan
corregir sus piernas. De pronto se abre la puerta
y sobre una gran camilla gris entra otro pequeño
saludando a todo el mundo concentrado en esa acogedora
sala de clases. Jordan tiene diez años,
es de Copiapó y en los últimos tres
meses ha sido operado de los tendones, la cadera
y la columna, ficha clínica que el yeso
en ambas piernas evidencia. Aún le quedan
otros cuatro meses de recuperación. "Ya
estoy aburrido en el hospital, pero vengo para
acá porque me entretengo y veo a mis amigos",
dice mientras lo instalan junto al computador.
Letras, números, lápices y cuadernos
comparten espacio con yesos, vendas, camillas
y bastones en la Escuela N 1679 del Hospital San
Borja Arriarán. Y lo mismo sucede en otro
sector de Santiago, en la Escuela N 1678 del Instituto
de Rehabilitación Pedro Aguirre Cerda,
en la comuna de La Reina. Allí, murallas
llenas de colores, con dibujos de flores y soles,
alegran las jornadas de los pequeños pacientes-alumnos.
Ambos colegios son fruto del trabajo desinteresado
de un grupo de profesionales pertenecientes a
la Fundación Educacional Carolina Labra
Riquelme. Creada en 1998, esta fundación
se ha dedicado a dar clases a niños y jóvenes
internados en dichos centros hospitalarios y que,
por razones de enfermedad o accidentes, ven interrumpida
su escolaridad. "Nuestra misión es
atender a niños hospitalizados y también
a aquellos pacientes ambulatorios, es decir, niños
que han sido dados de alta, pero que tampoco pueden
ir a clases porque sus tratamientos les impiden
asistir regularmente o porque, debido a su enfermedad,
los colegios no están preparados para atenderlos",
explica Sylvia Riquelme, presidenta de la fundación.
Actualmente, en cada escuela hay un promedio de
veinte alumnos, desde los cuatro hasta los 17
años, la misma edad que tiene Alejandro.
Proveniente de Puente Alto, a causa de un problema
renal sólo pudo estudiar hasta segundo
básico. Pero ahora, gracias a gestiones
de la fundación ante el ministerio del
ramo, podrá cursar de tercero a octavo
y rendir exámenes libres a fines de año.
Desde junio de 1999 ambas escuelas cuentan con
el reconocimiento oficial del Ministerio de Educación.
"Eso implica que tenemos un currículum
académico válido y que podemos promover
de curso a los niños", precisa Alejandra
Torres, coordinadora de la fundación. En
cada escuela hay una profesora de educación
básica y otra de educación diferencial.
Las tías Gabriela y Estela, en el hospital
San Borja, y Paula y Marcia, en el Pedro Aguirre
Cerda, cumplen esas funciones. "Se nota que
en muchos de estos niños hay ansias por
aprender. Además, los saca de la situación
que están viviendo", cuenta una de
ellas. Pedagogía Innovadora Carolina Labra
Riquelme era una joven solidaria y amistosa que
murió repentinamente en 1997, a los 20
años, y que dejó un seguro de vida
favoreciendo a su madre. "Me impactó
porque no sabía nada de eso, pero pronto
pensé que Carolina me había dejado
aquel dinero para hacer algo", cuenta su
mamá, Sylvia Riquelme. A partir de la experiencia
personal que vivió junto con Carolina,
cuando ella era pequeña, decidió
crear una escuela intrahospitalaria. "Cuando
tenía ocho años sufrió un
accidente que la tuvo por casi un año en
la clínica. Como yo soy profesora la ayudé
a estudiar esos meses y logró salvar el
año escolar", relata. - Entonces cuando
tuve el seguro, pensamos que lo ideal era hacer
un proyecto que perdurara en el tiempo y que favoreciera
a la sociedad: validar la educación de
los niños hospitalizados. Encontramos mucho
apoyo del ministerio y durante un año y
medio trabajamos en ello, elaborando un plan piloto.
Recorrieron algunos centros de salud hasta que
encontraron acogida, primero, en el Hospital Pedro
Aguirre Cerda. Siempre inspirados en la experiencia
de países como España y Bélgica,
hasta donde viajaron en 1998 para empaparse en
persona de la historia reciente de un movimiento
educativo innovador: la pedagogía hospitalaria.
Esta plantea la importancia de la actividad pedagógica
como complemento de la acción médica
para prevenir los posibles efectos negativos que
la hospitalización puede originar sobre
el paciente pediátrico, incluso por un
corto período de tiempo. Así, además,
se evita que el niño pierda la continuidad
de su educación. "Queremos mostrar
lo importante del aspecto educativo en el tratamiento
y recuperación de estos niños. Lo
ideal es que todos los hospitales tengan acceso
a este tipo de escuelas", precisa Marcela
Dedios, miembro del directorio de la fundación.
Con este propósito, la fundación
está gestionando una entrevista con la
ministra de Salud, pues si bien existen otras
escuelas de este tipo en el país, aún
el número es insuficiente. "A veces
nos encontramos con trabas en los hospitales,
pero tenemos que abrir un camino". Uno que
cada vez se torna más ancho: a fin de mes
participarán en el Primer Encuentro de
Escuelas Hospitalarias Latinoamericanas, en Puerto
Velero, en el marco de un congreso de la Sociedad
Latinoamericana de Pediatras Oncólogos.
- La idea es ir creciendo en el tema de la integración
de estos niños a la sociedad y al campo
educacional y laboral, a largo plazo. Cimarreros
Las escuelas de la Fundación Carolina Labra
funcionan de lunes a viernes con un sistema de
"aula abierta": los niños van
a clases según el horario disponible entre
sus terapias y comidas. Y como el estudio resulta
entretenido, aunque suene extraño, más
de algún pequeño hace la "cimarra"
para ir a clases. "Muchas veces los terapeutas
y kinesiólogos dicen que los niños
lo único que quieren es estar en la escuela.
Incluso cuando llegan muy temprano o a horarios
que no son los habituales, las profesoras sospechan,
porque ocurre que algunos se hacen los lesos y
no van a las terapias", cuenta Alejandra
Torres. Pero no todos están en condiciones
de asistir a la sala de clases y, en esos casos,
son las profesoras quienes acercan la educación
a la camilla. Así ocurre, por ejemplo,
con una pequeña de seis años que
lleva tres hospitalizada en la UCI pediátrica
por un problema neurológico, pero que no
le quita las ganas de cursar el primero básico.
Y es que uno de los objetivos es que ellos salgan,
siquiera por una horas, de su enfermedad. Los
pequeños descubren que la escuela es una
instancia de relación social, un lugar
para aprender y hacer nuevos amigos; en donde
su calidad de vida mejora. En este contexto, hace
poco se incorporó voluntariamente una joven
sicóloga, Pamela, quien realiza talleres
con los niños en torno a su autoestima
y al desarrollo afectivo y emocional. Al igual
que cuando ingresan, la fundación se pone
en contacto con las escuelas de origen de aquellos
que tienen la oportunidad de regresar a ellas.
"Los profesores nos mandan las guías
y materias que están pasando, así
los niños trabajan al ritmo de sus compañeros
y pueden reinsertarse sin problemas después".
Sin embargo, no son pocos los niños sin
escolaridad y, con ellos, el objetivo es lograr
que continúen estudiando una vez dados
de alta. Y en ese sentido, la conversación
con los padres resulta fundamental e, incluso,
muchos de ellos participan y colaboran con la
escuela los días que visitan a sus hijos
en el hospital. Así, padres e hijos descubren
entre libros y cuadernos que, pese a las adversidades,
la vida continúa.

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